sábado, 4 de septiembre de 2010

“CUANDO SÓLO TENEMOS PREGUNTAS” por Américo Giannelli

Al comenzar un sencillo análisis del sufrimiento en la vida del creyente, deseamos expresar nuestra simpatía y profundo cariño para aquellos que tal vez al leer estos comentarios se encuentran viviendo si-tuaciones difíciles y angustiosas. No es fácil para nosotros abordar este tema sin dejar de pensar en mu-chos queridos hermanos que están pasando por momentos muy difíciles. No obstante ello, es nuestra in-tención observar en la Palabra de Dios, aquello que nos sea de aliento y a la vez de instrucción.

Cuando nos referimos al tema del sufrimiento, inmediatamente pensamos en Job. Aquel que lee su historia sin un conocimiento bíblico, posiblemente quede perplejo y con más dudas que certezas. ¿Por qué siendo un varón perfecto tiene que sufrir?, ¿Por qué Dios no interviene?, ¿Por qué no recibe consuelo? etc.

A la vista de los hombres, el sufrimiento de Job parece algo absurdo e incomprensible, por lo tanto no es de extrañarse que la pregunta recurrente sea: ¿por qué?.

Esta misma pregunta seguramente se hicieron los cuatro amigos de Job; como aseguran algunos eruditos, ni las "visiones nocturnas" de Elifaz, ni los "dichos sabios" de Bildad, ni el "dogmatismo" de Zofar o la actitud critica de Eliú, pudieron dar una respuesta concreta a la cuestión.

Cada vez que estamos en prueba, lo primero que asalta nuestra mente son preguntas. Trataremos de dar respuesta a algunos interrogantes:

¿De donde viene el sufrimiento?

Luis Palau en su libro devocional "De la mano de Jesús: Pasos hacia la madurez cristiana", dice que básicamente, hay cuatro clases:

a) El primer tipo es el sufrimiento como resultado de desastres naturales, como por ejemplo un terremoto o una gran tormenta, cuyas consecuencias afectan a justos e injustos (Mateo 5:45).

b) Una segunda clase de sufrimiento podría denominarse "la inhumanidad del hombre para con el hom-bre". Es cuando el hombre trata de herir a su prójimo en razón de su codicia y su orgullo (Santiago 4:1, 2).

c) Un tercer tipo de sufrimiento se demuestra con claridad en la vida de Job en el Antiguo Testamento. Fue resultado del ataque directo de Satanás. Después que recibió autorización de Dios, Satanás co-menzó a actuar y causó un sufrimiento indecible a Job y su familia.

d) La cuarta clase de sufrimiento es el que se produce como resultado de nuestras propias acciones equi-vocadas.

¿Por qué viene el sufrimiento?

Es cierto que muchas veces padecemos el dolor que merecen nuestros actos, pero lo que más nos confunde es cuando creemos con sinceridad que no hemos hecho nada para merecerlo. En ese sentido el Libro de Job nos da una perspectiva clara, ya que él no merecía de ninguna manera el dolor como castigo o disciplina.

Si bien los cuatro amigos insistieron en que el dolor es consecuencia de una vida pecaminosa, aquí encontramos que el dolor no es un resultado sino un medio. No el fin en sí mismo, sino el camino. El Após-tol Pedro nos revela el propósito de Dios (1ª Ped. 4:10): El sufrimiento es permitido por Él como una herra-mienta para generar en la vida del creyente el progreso espiritual.

Tenemos presente el testimonio de tantos hermanos que han aprendido las Escrituras por su cons-tancia en el estudio, pero aseguran que las lecciones aprendidas en momentos de dolor son las que han quedado grabadas a fuego en el alma. El apóstol Pablo, que sufrió distintos peligros, azotes, lapidación, naufragio, hambres, sed y hasta la cárcel (2ª Cor. 11:24-28), podía expresar con absoluta convicción naci-da de la experiencia: "nada me podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús" (Rom. 8:39).

Regresando al texto de 1ª Pedro, encontramos que los cuatro objetivos de Dios para la vida del creyente: madurez, estabilidad, fortaleza y fundamento, es decir una transformación en el carácter del cris-tiano.

¿Que hacer en medio del sufrimiento?

Cuando nos sentimos rodeados, y la tristeza nos embarga, es cierto que se nos hace muy difícil poder observar el futuro, porque el presente nos agobia, y si de alguna manera lo vislumbramos, el pesi-mismo nos hace presa.

Entonces ¿qué debe hacer el creyente?. Teniendo en claro que Dios siempre obra con un propósito para nuestra vida, y que de ninguna manera está desentendido de nuestros problemas (1ª Ped. 5:7) lo pri-mero que debe hacer es confiar en Él. La fe básicamente es tener seguridad que las promesas de Dios han de cumplirse, y el convencimiento de que la salida que no vemos, nos ha de ser dada. Lamentablemente a veces pensamos en la fe como un acto religioso, cuando en realidad es un acto del corazón que cree en Dios. Por lo tanto en la fe no hay lugar a la resignación o al conformismo, sino debe existir absoluta segu-ridad y descanso en nuestro Padre celestial.

En segundo lugar ese acto de fe nos debe conducir a esperar en Dios porque Él es nuestro liberta-dor, sustentador, ayuda y escudo (Salmo 33:20), en nadie más podemos hallar semejantes características, sólo en Dios. Además nos indica que a su debido tiempo recibiremos el oportuno socorro.

¿Qué podemos hacer con el que sufre?

Los amigos de Job comenzaron correctamente su tarea, quisieron condolerse y consolar a su ami-go. Al ver su dolor tan grande, correctamente guardaron silencio en señal de respeto y congoja. Sin lugar a dudas esta es una actitud que los cristianos debemos imitar: el sentir el dolor ajeno como propio y brindar un bálsamo sobre la heridas del corazón, son dos actividades sublimes y como en el caso de Job, el silen-cio y la compañía son buenas herramientas.

El problema de estos hombres, es que luego quisieron teorizar sobre el dolor ajeno (esto una ca-racterística de la conducta humana), y aunque muchas de sus opiniones y conceptos fueron correctos, ellos no entendían que Dios estaba obrando de una manera determinada. Lo que al principio era un con-suelo llegó a ser una carga para el pobre Job.

Hemos mencionado que Dios utiliza muchas veces el dolor como un medio para producir un cam-bio, por lo tanto lo más acertado es encomendar todo en las manos del Señor, confiar en él y cumplir aque-llo que nos enseña la Escritura: "Llorad con los que lloran" (Rom.12:15).

Es nuestro deseo concluir elevando una oración: "Padre celestial, Dios de toda consolación, pedi-mos tu bendición para nuestros hermanos que sufren, para aquellos que abrumados por las circunstancias que les tocan vivir se sienten abatidos y confundidos. Queremos expresarte que sentimos su dolor como propio y que deseamos que al atravesar el "valle de sombra y de muerte" puedan experimentar tu presen-cia, consuelo y sostén. En el nombre del Señor Jesucristo, Amén."