viernes, 29 de abril de 2011

NUESTRO PROPIO SACRIFICIO por: Américo Giannelli

El sacerdocio es el más antiguo de los oficios sagrados de Israel. Podemos observarlo en el ejemplo de Noé una vez concluido el juicio de Dios sobre el mundo por medio del diluvio, allí construyó un altar y ofreció un holocausto a Dios. De esta manera el anciano patriarca entablaba una comunicación con la deidad, por medio de un sacrificio en el cual "el Señor percibió el grato aroma" (Gen. 8:20, 21-NVI)

En las Escrituras hallamos que básicamente el sacerdote es aquel que conduce a su familia o al pueblo a Dios, y como dicen algunos comentaristas bíblicos, representa a Dios delante de su familia o pueblo.

A partir de Moisés, con la elección de la familia de Aarón (leer Ex. 28), el sacerdocio dejó de ser privativo del jefe de familia, y pasó a ser desarrollado por personas encargadas expresamente. De la forma en que ellos se conducían, dependían las relaciones entre Israel y Dios. Era el sacerdote quien anunciaba la palabra de Dios y daba garantías de la correcta realización de los actos litúrgicos ordenados en la ley de Moisés.

Ahora bien, en el Nuevo Testamento, con la venida de Cristo a la tierra, nos encontramos con un cambio sustancial. El Señor por medio de su sacrificio perfecto, ha perfeccionado a los creyentes (Heb. 10:14) por lo cual hay absoluta libertad para acceder a la presencia Dios (Heb 10:19-25). El Señor al formar un verdadero "reino de sacerdotes", ha dado a los cristianos un enorme privilegio, el ser sacerdotes, no para ofrecer sacrificios en un altar, ya que la perfección del realizado por Cristo, hace inútil e innecesaria cualquier otra ofrenda, sino el ofrecer "sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo" (1ª Ped. 2:5)

Justamente de este tipo de sacrificios deseamos referirnos en esta oportunidad, es decir el acto por el cual ofrendamos a Dios aquello que Él demanda del cristiano. Observando el Nuevo Testamento, vislumbramos cinco sacrificios espirituales a saber: La entrega personal (Rom. 12:1), la fe como sacrificio (Fil. 2:17), la ofrenda (Fil. 4:18), la alabanza (Heb. 13:15) y la ayuda mutua (Heb. 13:16).

Al mirarlos detenidamente, descubrimos que cada uno de ellos, abarca distintas facetas de nuestra vida en relación con Dios: La consagración, la fe, la mayordomía, la devoción y la conducta de amor al semejante, nos hace recordar los dos grandes mandamientos: " ...Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos" (Mr. 12:29-31).

Nos da la impresión que los cinco sacrificios que se enumeran en la Palabra de Dios, están vigentes en plena igualdad, a nuestro leal saber y entender consideramos que todos ellos son una demanda de Dios a los cristianos.

No obstante parece que vivimos el tiempo de un solo sacrificio. Tal vez, porque éste sea el más atractivo, emotivo y cautivante. Nos referimos al "sacrificio de alabanza". Últimamente, los encuentros más extensos, las convocatorias más grandes, los seminarios más concurridos, los ministerios más requeridos, están relacionados con la alabanza. Quien escribe estas líneas, no tiene ninguna duda que nuestro "Dios es digno suprema alabanza" (Sal.145:3) y que su pueblo debe "cantar la gloria de su Nombre" (Sal. 66:2). Sin embargo notamos un claro contraste: mucho énfasis en la alabanza y poco entusiasmo por los otros sacrificios espirituales, que según nos indica claramente las Escrituras, agradan a Dios.

Es importante recordar que Dios por una parte demanda obediencia total de parte de sus hijos (1ª Samuel 15:22); y por otra, nos hace saber claramente que Él no comparte su señorío (Mt. 6:24).

Teniendo claro este concepto arribamos a la siguiente conclusión: Dios quiere de su pueblo una entrega total, un sacrificio. No nos referimos a sufrimientos o penitencias, sino a la ofrenda que el Señor espera de nosotros y que no es otra cosa que nuestra propia vida.

Es decir que, como sacerdotes los creyentes tenemos la libertad y el privilegio de acercarnos a Dios, con una ofrenda, no para la salvación, sino como una expresión de entrega, adoración y servicio. No sería correcto ocuparnos de un solo aspecto, Dios quiere una consagración total.

En Romanos 12:1, Pablo hace un llamado, un ruego a la entrega de nuestra vida al Señor. Describe esto como un "culto racional". Como se ha dicho en otras oportunidades, las demandas de Dios no son un salto al vacío, sino el ejercicio de nuestra inteligencia que nos permite analizar las "misericordias de Dios", es decir, las características inherentes a su persona y las obras que Él realiza. Haciendo este ejercicio en nuestra mente y corazón, analizando su amor, su santidad, su justicia, su poder, llegamos a la conclusión que los sacrificios espirituales que Él demanda, son ínfimos a la par de la excelencia de su persona.

Quisiéramos destacar uno de los sacrificios espirituales que espera de su pueblo: El hacer el bien y la ayuda mutua (Heb.13:16). Notamos que los otros cuatro sacrificios espirituales se refieren a lo que ofrendamos directamente a Dios. Podemos ver que una ofrenda que también es agradable y aceptada en la presencia del Señor, es aquello que llevamos a cabo cuando hacemos el bien y nos prodigamos ayuda. Es notable el amor de Dios en este hecho, ya que demuestra su cuidado y atención de su pueblo. Servimos a Dios haciendo el bien y ayudando al hermano, acumulamos una ofrenda en nuestras manos cuando somos serviciales con aquellos que nos rodean. Este es un sacrificio que agrada a Dios, y es de bendición a los creyentes.

Finalmente al hablar de los sacrificios, encontramos que Dios ha consumado la ofrenda más grande e irrepetible, su Hijo amado, es la ofrenda perfecta para la salvación, ahora espera nuestra ofrenda, nuestra vida puesta ante su altar: Nuestro propio sacrificio.

lunes, 25 de abril de 2011

Transmitiendo la fe a nuestros hijos. Por: Azucena G. de Foyth

Este es un hermoso tema que muchas veces ha sido el centro de nuestras conversaciones, el eje de estudios bíblicos, reuniones para matrimonios y el contenido de variados libros. Pero a pesar de esto, no hay una formula, ni estrategia a seguir, que al aplicarlas nos garanticen el éxito de esta tarea: "hacer de nuestros hijos verdaderos hombres y mujeres de fe".

Ante esta situación, tenemos un gran aliciente: "Dios ha pensado en los padres y nos ha dejado mandamientos, armas y guías, para cumplir esta difícil misión.

Desde la antigüedad, Dios le enseñaba a Israel la importancia de la transmisión de padres a hijos. Dice Deut. 6:6, 7 "y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón, y las repetirás a tus hijos, y hablaras de ellas estando en casa y andando por el camino y al acostarte y cuando te levantes". Los israelitas debían contar a sus hijos los milagros que Dios había hecho por ellos para sacarlos de la esclavitud de Egipto y cómo maravillosamente los había introducido en la tierra que les había prometido a sus padres..

Por lo tanto, la transmisión a las generaciones venideras, es más que una costumbre cultural, ES UN MANDATO DE Dios.

Nuestros hijos esperan y necesitan que les contemos que hoy Dios sigue liberando de la esclavitud, que sus vidas tienen rumbo y que esa salvación tiene nombre: Jesús.

Es importante aclarar que no podemos transmitir lo que no hemos vivido primero. Algunas veces, vemos padres que quieren ver a sus hijos en los caminos de Dios, porque les parecen bueno y aún más, sostienen que es lo mejor. Pero ellos están allí, como una visita dominical a nuestras iglesias, sin decidirse por Cristo y menos aún recibiéndole como el Señor de sus vidas.

Todos, mayores y niños, necesitamos tener un encuentro personal con Jesús, en el cual reconociendo nuestro pecado y creyendo en Él, le aceptamos como Salvador y Señor.

La salvación se recibe por un "acto de fe", es el momento que nos decidimos por Jesús. Si bien, estos son los conceptos indispensables que nuestros hijos deben saber, la salvación no se hereda. Podemos contarle nuestra propia experiencia de fe y de vida cristiana, pero apropiarse de la salvación que es en Cristo será una decisión personal e individual.

Muchas veces nos preguntamos cuándo es el momento para iniciar a nuestros hijos en esta fe. Prov. 22:6 dice: "instruye al niño en su camino y aún cuando fuere viejo no se apartará de él".

Carl K. Spackman en su libro "Transmitiendo la fe a nuestros hijos" escribe conceptos muy interesantes acerca de este versículo tales como:

Instruye: Proviene de la raíz hebrea que significa "poner en la boca", describe la acción de la madre de poner miel en el paladar del recién nacido para estimularlo a succionar del pecho materno.
En su camino: Literalmente quiere decir "de acuerdo a su camino"
Viejo: Literalmente significa "pelo en la barba", o sea un joven ya mayor.

Por lo tanto podemos ver claramente, que para Dios la instrucción se debe dar desde bebé y más aún, algunos piensan que debe ser desde el vientre materno, cuando leemos la Biblia, cantamos y alabamos a Dios.

La fe a nuestros hijos no se transmite solamente cuando hablamos de temas espirituales, la fe se respira en el ambiente familiar, en el trato diario, en la forma de encarar las dificultades y aún la manera de gozarnos en los triunfos. La imagen que tengan los niños de sus padres, será la base para formar la imagen de Dios.

Cada hijo es particular y diferente. Dios tiene preparado para cada uno de ellos un camino especial, por lo tanto no podemos tratarlos como si fueran moldes iguales, a los que se debe llenar de instrucción para que luego salgan idénticos. Por el contrario cada uno tiene una forma distinta.

La transmisión de esa fe, debe ser de una calidad tal, que cuando ellos lleguen a mayores, tengan todos los recursos y todas la base firme para resistir las asechanzas del enemigo y elegir EL CAMINO de verdadero valor. Así se lo recuerda Pablo a Timoteo donde le recalca la importancia de persistir en aquello que había aprendido en la niñez, ya que esto lo iba a hacer sabio para la salvación y enteramente preparado para toda buena obra (2ª Tim. 3:14-17).

Pero aún así, hay riesgos. Nuestras imperfecciones, nuestros errores, tal vez involuntarios, las tormentas de la vida, producen brechas en la vida de nuestros amados hijos, por donde Satanás puede introducirse para matar y destruir. Frente a esto resuenan en mi mente y corazón las palabras de Judas 25 " ... y Aquel que es poderoso para guardaros sin caída y persentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría ..." ¡Alabado sea nuestro querido Dios por que tiene el control y todo el poder es suyo! "Él puede guardarlos".

Algo más podemos hacer por nuestros hijos, su alcance es inigualable, 1ª Sam. 12:23 dice: "Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová, cesando de rogar por vosotros...".

La tarea del sacerdocio e intercesión no tiene fin, ponerlos en las manos de Dios cada día es nuestro gran privilegio. ¿Existirá un mejor lugar que la presencia de Dios para encomendarlos y dejarlos allí bajo su cuidado?.

El salmista refiriéndose a la Ley, los proverbios y las maravillas de Dios dice: "no las encubriremos a sus hijos contando a la generación venidera las alabanzas de Jehová y su potencia y las maravillas que hizo" Salmo 78:4.

Este es el desafío. El tiempo es AHORA

sábado, 23 de abril de 2011

¿Quién entregó a Jesús a la muerte de Cruz?

Para contestar esta pregunta, podemos considerar a tres individuos: Pilato, Caifás y Judas; a ellos se les atribuye la principal culpabilidad por la crucifixión de Jesús. Recordamos que Jesús había predicho que sería "entregado en manos de hombres" o "entregado para ser crucificado", y los evangelistas relatan la historia de manera tal que se vea que su predicción se cumplió. Primero, Judas lo “entregó” a los
sacerdotes (por codicia), luego, los sacerdotes lo “entregaron” a Pilato (por envidia), a su vez Pilato lo “entregó” a los soldados (por cobardía), y ellos finalmente lo crucificaron.
Nuestra reacción instintiva ante esta perversidad acumulada consiste en hacer eco a la sorprendida pregunta de Pilato, cuando la multitud clamaba pidiendo su sangre: "Pues ¿qué mal ha hecho?" (Mateo 27:23). Pero Pilato no recibió ninguna respuesta coherente. El gentío histérico no hizo sino gritar con tanta mayor fuerza: "¡Sea crucificado!"
Generalmente buscamos excusas para ellos, porque nos vemos a nosotros mismos en ellos y nos agradaría poder excusarnos. Por cierto que había ciertas circunstancias mitigadoras. Por ejemplo, Jesús mismo expresó al orar pidiendo perdón para los soldados que lo estaban crucificando: "no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). De modo semejante, Pedro le dijo a una multitud judía en Jerusalén, "sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes" (Hechos 3:17). Pablo agregó que, si "los príncipes de este siglo" hubiesen entendido, "nunca habrían crucificado al Señor de gloria". (1ª Corintios 2:6-8)
Con todo, sabían lo suficiente como para ser culpables, para reconocer su culpa y para ser condenados por sus acciones. ¿Acaso no hacían alarde de plena responsabilidad cuando exclamaron: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos"? (Mateo 27:25)
Pedro habló claramente el día de Pentecostés: "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo." Sus oyentes, sin negar de su culpa, "se compungieron de corazón" y preguntaron cómo podían hacer reparación (Hechos 2:36-37).
Más tarde Pablo usó un lenguaje similar al escribir a los tesalonicenses acerca de la oposición de los judíos al evangelio: "Mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron” (1ªTesalonicenses 2:14-16). El juicio de Dios caería sobre ellos porque estaban tratando de impedir que los gentiles recibiesen la salvación.
Ahora bien, nosotros mismos también somos culpables. Si nosotros hubiésemos estado en el lugar de ellos, hubiéramos hecho lo que hicieron ellos. Más aun, lo hemos hecho. Porque toda vez que nos alejamos de Cristo, lo estamos "crucificando de nuevo... al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio" (Hebreos 6:6). Nosotros también “entregamos” a Jesús a causa de nuestra codicia igual que Judas, a causa de nuestra envidia igual que los sacerdotes, a causa de nuestra ambición igual que Pilato.
"¿Estabas tú allí cuando crucificaron a mi Señor?" pregunta un antiguo negro espiritual. Y tenemos que contestar: “Sí, nosotros estuvimos allí”. No como espectadores solamente sino como participantes, como participantes culpables, complotando con los demás, tramando, traicionando, regateando, y entregándolopara ser crucificado. Podemos intentar lavarnos las manos de la responsabilidad como hizo Pilato. Pero nuestro intento resultará tan inútil como lo fue el de él. Porque tenemos ensangrentadas las manos. Sólo la persona que está dispuesta a reconocer su parte en la culpa de la cruz, puede ser partícipe de la gracia que ella proporciona.
La respuesta que hasta ahora hemos dado a la pregunta sobre el por qué de la muerte de Cristo, ha procurado reflejar la forma en que los escritores de los Evangelios hacen sus relatos. Ellos señalan la cadena de responsabilidad: de Judas a los sacerdotes, de los sacerdotes a Pilato, de Pilato a los soldados.
Al menos insinúan el hecho de que la codicia, la envidia y el temor que promovieron su comportamiento también promueve el nuestro.
Con todo, allí no acaba el relato que hacen los evangelistas, si bien Jesús enfrentó la muerte debido a los pecados de la humanidad, no murió como mártir. Por el contrario, fue a la cruz voluntariamente, incluso deliberadamente.
Desde el comienzo de su ministerio público se consagró a este destino. En su bautismo se identificó con los pecadores, como haría luego plenamente en la cruz. Cuando fue tentado rechazó la posibilidad de desviarse del camino de la cruz.
Repetidamente predijo su pasión y su muerte, y resueltamente orientó sus pasos hacia Jerusalén con el propósito de morir allí. Constantemente expresaba “me es necesario” en relación con su muerte. Pero no se trataba de alguna compulsión externa, sino su
propia decisión interna de cumplir lo que se había escrito acerca de él. "El buen pastor su vida da por las ovejas” decía. Y hablando en forma directa: "Pongo mi vida... Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo" (Juan 10:11, 17-18).
Por lo demás, cuando los apóstoles se ocuparon en sus cartas del carácter voluntario de la muerte de Jesús, varias veces usaron el mismo verbo que usaron los evangelistas
para referirse al hecho de que fue “entregado” a muerte por otros. Así, Pablo pudo escribir que" [el Hijo de Dios]... me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Es posible que haya sido eco consciente de Isaías 53:12, que dice que "derramó su vida hasta la muerte". Pablo se valió del mismo verbo para referirse a la entrega del Padre que estaba por detrás de la entrega voluntaria que de sí mismo
hizo el Hijo: "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" (Romanos 8:32)
Es esencial que mantengamos unidas estas dos formas complementarias de ver la cruz. En el nivel humano, Judas lo entregó a los sacerdotes, quienes lo entregaron a Pilato, quien a su vez lo entregó a los soldados, quienes lo crucificaron. Pero en el nivel divino, fue el Padre quien lo entregó, y Jesús se entregó a sí mismo para morir por nosotros.
Al contemplar la cruz, entonces, podemos decirnos a nosotros mismos: “Yo lo hice, mis pecados lo llevaron a la cruz” y a la vez: "Lo hizo él, su amor lo llevó allí". El apóstol Pedro unió ambos conceptos en su notable declaración en el día de Pentecostés, cuando dijo que "a este, entregado [a vosotros] por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios" es aquel al cual "[vosotros] prendisteis y
matasteis por manos de inicuos, crucificándole” Así, Pedro atribuyó la muerte de Jesús simultáneamente al plan amoroso de Dios y a la maldad de los hombres.
(Hechos 2:23)Antes de que podamos ver la cruz como algo que fue hecho para nosotros
(conduciéndonos hacia la fe y la adoración), tenemos que verla como algo hecho por
nosotros (para llevarnos al arrepentimiento).
(Adaptado del libro “La Cruz de Cristo” John R.W. Sttot)

miércoles, 20 de abril de 2011

“LOS DOS PILARES DEL GOZO” por: Américo Giannelli

¿Qué es lo que sucede en el corazón del creyente, que en medio de las dificultades puede elevar una canción a Dios? ¿Cuál es la razón para ese gozo espiritual que marca una diferencia con el resto del mun-do?.

Sería injusto pensar en el gozo del creyente como algo inexplicable, o irracional. Es cierto que el gozo es parte del fruto del Espíritu Santo, por lo tanto es algo sobrenatural; sin embargo esto no quiere decir que no tenga explicación. En la Biblia encontramos una serie de razones para el gozo, que al anali-zarlas, nos permite descubrir en primer lugar lo que no es el gozo del cristiano.

Lo que no es el gozo

En el mundo en que vivimos, existe la sensación de que la alegría está íntimamente ligada al éxito personal. Si las cosas nos van bien estamos exultantes, si todo nos es adverso, entonces somos presa de la depresión. Será por eso que en estos tiempos de recesión y crisis en todos los órdenes de la vida, mu-chas personas se sienten abatidas, preocupadas y sobrellevando inclusive los trastornos que esta situación produce en la salud. Tener una visión del gozo con estas características genera en el corazón de las per-sonas, incertidumbre y ansiedad, que por supuesto no conduce a la verdadera felicidad.

Por otra parte, están aquello que piensan que uno debe ser optimista sea como sea. No importa si las cosas nos son desfavorables, debemos siempre mirar el futuro con optimismo, como si esta actitud fue-se la determinante de la felicidad. Si bien hay personas que han hecho de esta postura un culto de vida, y respetamos su pensamiento, no podemos dejar de observar que las cosas no cambian simplemente porque nosotros las miremos de otra manera.

También existe una variante en esta forma de pensamiento, y es que a la felicidad hay que buscar-la, ignorando todo aquello que nos rodea; por eso podemos ver a muchos jóvenes tratando de disfrutar el momento, ya que ellos creen que allí está el verdadero gozo; aunque el final es por todos conocido.

Pensando en el gozo cristiano, observamos que hay creyentes que lo entienden de acuerdo a los parámetros que hemos mencionado. Para algunos, si hay bendición en la vida hay gozo; para otros el cris-tiano es un optimista irremediable, o finalmente para otros el creyente debe sonreír sin importar la circuns-tancias. Analizando detenidamente el tema, encontramos que el gozo es muy diferente a lo que el mundo piensa, por lo menos hallamos dos factores importantes a tener en cuenta.

El gozo y la esperanza

Las circunstancias no son halagüeñas para Pablo y Silas, sin embargo luego de ser azotados cruelmente y encarcelados injustamente, oran y cantan himnos a Dios en señal de confianza y gozo espiri-tual (Hechos 16:25), ¿es que tienen un ataque de optimismo, o han tomado la decisión de ser felices cues-te lo que cueste?. Creemos que no, lo que sucede es algo bien diferente: ambos tienen su esperanza pues-ta en Dios.

Mirando en la Biblia hallamos el artífice fundamental del gozo del cristiano: El Señor Jesús (Fil. 3:1 / 4:4). Además encontramos que el gozo es completo en la presencia de Dios (Sal. 16:11), y que su Palabra es motivo de felicidad para el creyente (Sal. 119:111). Servir a nuestro Dios es una tarea que lejos de ago-tarnos, conduce al gozo espiritual (Hechos 13:52) y nos damos cuenta que es posible en medio de la prue-ba vivir una vida de gozo (2ª Cor. 6:4-10). Justamente allí es cuando descubrimos que la esperanza juega un papel fundamental. Es fácil cantar cuando la paz y la seguridad reinan, pero experimentar gozo en la adversidad es muy distinto.

Quisiéramos observar dos ejemplos. En 1ª Tesalonicenses 4:13-18 Pablo habla acerca de la venida del Señor, recomendando a los creyentes a no entristecerse como "los otros que no tienen esperanza", dando a entender que el creyente no está llamado a sonreír permanentemente, sí a tener una visión clara del futuro, y a ejercitarse en la esperanza. Aquí encontramos una gran diferencia, el creyente tiene un gozo espiritual, un estado del alma que evidencia el carácter cristiano, que no está sujeto a los vaivenes de la vida, sino por el contrario se apoya en la esperanza de la gloria de Dios.

En segundo lugar consideramos Santiago 1:2-6: el apóstol nos exhorta a tener "sumo gozo" cuando nos hallemos en diversas pruebas, no porque el cristiano es una persona que halla satisfacción en el do-lor, sino por el contrario es aquel que soporta la prueba porque mirando hacia adelante conoce que el obje-tivo del Señor es el crecimiento, la madurez plena. En el mismo sentido, Pedro en su primera carta refi-riéndose a las pruebas a la que nuestra fe está sometida, nos llama a mirar el día glorioso de la manifesta-ción de Jesucristo, es decir una vez más la esperanza desarrolla su rol, no para un optimismo basado en la buena voluntad, sino en la certidumbre fundada en las promesas de Dios. Pablo dice a los romanos "la esperanza no avergüenza", y ¡cómo habría de hacerlo!, si en realidad es el motor del gozo en nuestros corazones.

El gozo y el perdón

También se dice en el mundo, que las personas pueden ser felices, no importa lo que se haga; si uno encuentra placer, es suficiente para hacer un análisis de la conducta. Sin embargo volviendo a las Sagradas Escrituras podemos ver que la idea de Dios es muy distinta: aquel que pecando encubre su falta, no puede hallar prosperidad (Prov. 28:13).

Consideremos a David luego que su pecado fuera descubierto por el profeta Natán. En el Salmo 32:3,4 declara el dolor interior producto de su iniquidad, mientras que en el Salmo 51:12 hay un clamor que se levanta hacia el cielo: "vuélveme el gozo de tu salvación". Es claro que en una conducta de pecado, podrá existir alguna felicidad pasajera, un espejismo propio de las artimañas de Satanás, pero tengamos por seguro que de ninguna manera habrá gozo espiritual.

¿Cuándo regresa el gozo espiritual al corazón del creyente que ha pecado?. Sólo cuando el peca-do ha sido juzgado y perdonado, por eso el salmista dice claramente: "Bienaventurado (dichoso) aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado" (Sal. 32:1). Los creyentes sabemos que si "confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda mal-dad" (1ª Jn. 1:9)

El mandato de Dios para los cristianos

En la serie de recomendaciones finales en 1ª Tesalonicenses 5:16, el apóstol Pablo manda a los creyentes a estar siempre gozosos, animándolos a vivir una vida de regocijo espiritual. Podríamos decir que este mandamiento bíblico es inaplicable en nuestras vidas, teniendo en mente las tantas dificultades y presiones que vivimos en estos días.

Por lo que ya hemos expuesto, descubrimos que la recomendación apostólica no es irrealizable, todo lo contrario; Dios nos da el gozo en nuestros corazones por medio de la obra del Espíritu, nos ha de-jado maravillosas y seguras promesas que son el fundamento de nuestra esperanza, y en su misericordia jamás desprecia a quien arrepentido confiesa su pecado y se aparta. Una vez más nuestro Padre celestial provee de todo aquello que nos es necesario para alcanzar una vida triunfante y feliz.

Concluimos con esta reflexión: Todo está al alcance de nuestras manos, ¡tomémoslo por fe y viva-mos una vida de gozo en el Señor!

jueves, 14 de abril de 2011

ÉTICA CRISTIANA por: Juan García

En un sentido general ética se describe en el diccionario Salvat como "Investigación filosófica de la conducta, desde el punto de vista de los juicios de aprobación o desaprobación, de lo bueno/malo, correcto/incorrecto, valioso/reprobable". En el uso popular se aplica a aquello que se estima digno, honroso, moral, recto, decoroso.

Cada cultura tiene su propia ética siempre fuertemente influenciada por su tradición, por los líderes que realmente gravitan en el pensamiento y criterio del pueblo.

Las Sagradas Escrituras no son un tratado de ética pero, como no podría ser de otra manera, la incluye porque afecta al ser humano integralmente comenzando con su mundo interior y proyectándose a todas sus acciones y palabras.

El cristiano tiene así por gracia la Revelación divina y allí encuentra lo que "según Dios" es bueno que el hombre creyente debe asimilar obedeciéndolo, y lo malo de lo cual debe abstenerse.

Hay en la Biblia no pocas secciones que hacen un fuerte énfasis en lo que Dios quiere que sea la conducta del que cree en Él, por ejemplo el libro de Proverbios, el Sermón del Monte, etc., escrituras estas que ha sido cuidadosamente analizadas aun por personas pensantes no precisamente "de la fe" pero que tuvieron en gran aprecio sus enseñanzas.

En la epístola a los Romanos encontramos en los primeros once capítulos un admirable documento de doctrina básica cristiana. Desde el capitulo 12 en adelante con frases cortas y precisas que pueden resultarnos algo lacónicas el inspirado apóstol Pablo nos va presentando un esquema para una vida cristiana auténtica que honra a Dios y es de inapreciable bendición para el mismo creyente, para sus hermanos en Cristo como también para aquellos que todavía no lo son.

En el versículo 9 dice: "El amor sea sin fingimiento". El amor es una virtud cardinal por excelencia. Toda ética cristiana se basa en el amor o es ética no cristiana. En el capitulo trece de 1ª Corintios se afirma que la carencia del amor hace que la persona nada sea y todo el bien que pueda hacer sin amor "de nada me sirve", no me resulta de bendición o fruto alguno. "...sin fingimiento...", sin hipocresía. Es difícil pensar en algo tan desagradable como la apariencia de un amor que no es auténtico.

"Aborreced lo malo, seguid lo bueno". En un mismo versículo vemos el amar y el aborrecer, y hay plena coherencia en el pensamiento expresado, porque el amor, amor (Rom. 5:5) es santo y por ser santo rechaza con todas sus fuerzas lo "no santo". Se ha dicho que puede darse el caso de un creyente que no hace "lo malo" por temor a sus consecuencias, por miedo a ser descubierto, por aquella ley universal de que se cosecha lo que se siembra. Pero aquí el inspirado apóstol Pablo dice imperativamente "aborreced lo malo", detestad enérgicamente lo malo porque es malo, porque hace mal al otro y al mismo mal-hechor. Dicho de otra manera: alguien puede amar lo malo pero no lo practica por prudente autodefensa. Aquí la Escritura es drástica, y usa un vocablo muy duro: "aborreced"; se siente hacia él profunda aversión por su categoría de malo; porque el pecado nunca se convierte en santo.

"Seguid lo bueno". Aunque sea redundante conviene tener presente que "lo malo" es lo opuesto a "lo bueno"; uno se niega rotundamente a "lo malo". Pero un hijo de Dios no se distingue por sostener solo un gran NO en su vida. Hay un gran SI: "Seguid lo bueno". Decididamente dedica su vida a "... buenas obras, las cuales Dios preparó de ante mano para que anduviésemos en ellas" (Ef. 2:10). Con gran decisión se adhiere a "lo bueno".

"...en cuanto a honra prefiriéndoos los unos a los otros". Esta gran frase es paralela a la de Filipenses 2:3: "... antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo". Está en la esencia de la ética cristiana buscar la honra para el hermano antes que para uno mismo. Podría objetarse que esto también puede fingirse; pero en ese caso no solo no se interpretaría correctamente el versículo que habla de "preferir" al hermano, es decir, ocurre en uno antes de expresarse, sino que no debe olvidarse que fingiendo podemos engañar al hermano pero jamás al Espíritu Santo que inspiró estas palabras.

"En lo que requiere diligencia, no perezosos". En las Escrituras se hace fuerte énfasis en la necesidad de que el cristiano sea diligente, debe tener "sentido de responsabilidad". Nótese que dice "En lo que requiere diligencia..."; hay cosas, circunstancias que requieren "diligencia", actividad, rapidez, atención, aplicación. También se encuentra en La Palabra advertencias contra la pereza, la desidia (Prov. 19:15 / 10:26)

"...fervientes en espíritu". Apolos era de "espíritu fervoroso", la iglesia en Laodicea era "tibia". Fervientes en espíritu es tener un espíritu ardiente; lo opuesto a lo apático, indiferente, abúlico; incluso a veces se oye decir de alguien lo que dista de ser un elogio: "esta persona no tiene espíritu", no corresponde para nada con la ética cristiana. "...sirviendo al Señor". Pensamos que se puede borrar la coma y leer: "...fervientes en espíritu sirviendo al Señor". Si es Señor debe ser obedecido y servido, y eso con todo fervor.

En el resto de Romanos 12 se destacan las características internas del cristiano que se van manifestando según las circunstancias que le toca vivir tanto en relación consigo mismo como con sus hermanos en Cristo y también con "los de afuera". En el capítulo 13 se refiere a la ética cristiana con relación al Estado, respetando sus deberes y privilegios civiles.

La "cultura cristiana" tiene su propia ética que se ajusta a la Palabra de Dios; por eso mismo es inigualable

¡Que el Señor nos ayude por su Santo Espíritu a ajustar a ella nuestro diario vivir!

lunes, 11 de abril de 2011

"LA MUJER Y SU TRABAJO FUERA DEL HOGAR" por: Elisabet Aparicio de Di Benedetto

Para aquellas que leemos asiduamente la Biblia, surge espontáneamente el ejemplo de "la mujer virtuosa" de Proverbios 31 cada vez que se habla del rol de la mujer y sus actividades.

Ella describe a la mujer ideal, por eso miramos anhelando realizar todo lo que ella hace. En la sociedad actual la mujer ha conquistado nuevos espacios en el ámbito laboral, dado que le fue imperativo salir para colaborar con las necesidades del hogar.

El libro de Proverbios comienza con un mandamiento: "el temor a Jehová" y termina con la descripción de una mujer que lleva a cabo ese mandamiento.

Opuesto a la idea errónea de ser retraída, servil y completamente casera, encontramos una mujer con carácter firme, gran sabiduría, muchas habilidades, gran compasión y excelente esposa y madre.

¿Cómo vamos a mirarla? Sin duda debemos mirarla como una inspiración para ser todo lo que nosotras podamos ser.

No podemos ser igual a ella, pero podemos aprender de su laboriosidad, integridad e ingenio. Su fortaleza y dignidad son el resultado del temor a Dios. Su atractivo proviene totalmente de su carácter, no de su apariencia física (nunca se menciona esta descripción).

La mujer que teme a Dios es una mujer virtuosa. Ahora pregunto: ¿Es virtuosa porque realiza muchas actividades? ¡No! Sencillamente sus trabajos le sirven para mostrar el temor a Dios y bendecir a su familia.

Entonces ¿Cuál debe ser tu actitud frente al trabajo?

Nuestra consideración empieza con su origen. Dios es el que lo ha inventado. En primer lugar Dios trabaja, como afirmó Jesús: "Mi Padre hasta ahora trabaja y yo trabajo" (Jn. 5:17). Es un Dios activo. Creó al hombre y a la mujer intrínsecamente trabajadores, les dio las instrucciones de su tarea como parte de su bendición: llenar la tierra, sojuzgarla y señorear (Gn. 1:28). En ese momento se convirtieron en colaboradores de Dios, "trabajadores con y para Él", una posición que continuará en la eternidad (Ap. 22:3)

Lo que apareció en escena después de la caída fueron las complicaciones y el dolor que encontramos en el trabajo (Gn. 3:17-19). Aún sobre las consecuencias de la desobediencia el trabajo lícito es algo positivo en nuestras vidas. Proverbios 14:23 nos dice que lleva fruto por su misma naturaleza, beneficiándonos de las siguientes maneras:

• Provee para las necesidades físicas y las de la familia.
• Provee recursos para que podamos ofrendar
• Mantiene la mente y las manos ocupadas, limitando así las horas muertas que tienden hacia el vicio y el pecado (y el aburrimiento).
• Desarrolla el carácter, se tiene la oportunidad de aprender responsabilidad, gratitud, obediencia, atención, diligencia, justicia, sacrificio.
• Desarrolla las capacidades mentales, físicas y los talentos.
• Prepara para tareas más amplias o difíciles que Dios tiene para nosotras.
• Acerca a Dios al ver que el trabajo en sí no llena, que necesitamos sus fuerzas ante retos específicos, que Él finalmente es quien provee para las necesidades
• Suple un medio para aportar a la sociedad y servir a otros.
• Abre la esfera de influencia y testimonio.

Entender tanto el origen del trabajo como sus propósitos y beneficios es el primer paso hacia una actitud cristiana. Tu trabajo tiene propósito, porque como cristiana has regresado al diseño original de Dios, que seas colaboradora suya.

Cuando decimos que el trabajo ya no es algo vacío, es porque el trabajo con Dios no se limita tan solo a ministerios de la iglesia. Este segundo concepto surge de una categorización de la vida en "secular" y "sagrado". Bajo el concepto de colaboradora de Dios (Col. 3:23, 24) nuestra actitud cambia radicalmente dado que nuestro trabajo es más: Es para Dios.

El trabajo que se realiza con una actitud incorrecta nos deja vacíos, el que se acepta como un designio de Dios puede verse como un regalo.

Examinemos qué esperamos de nuestros propios esfuerzos. Dios nos da habilidades y oportunidades para que podamos hacer buen uso del tiempo.

Por ello consideremos algunas formas en que podamos aprovechar bien el tiempo para disfrutar de nuestra vida familiar:

• Preparar un plan semanal con metas para cada día.
• Ordenar por prioridades. (Ef. 5:15-16)
• Incluir tiempo específico para el devocional.
• Aceptar actividades similares.
• Asignar días específicos para ciertas actividades.
• Dividir tareas mayores en partes menores.
• Tiempo para descanso o distracción.
• Enseñar a nuestros hijos a ser organizados y cumplir con sus responsabilidades.

Volvamos a Proverbios 31:13-27, allí se destacan cualidades como: Trabajo arduo, temor a Dios, respeto por su cónyuge, previsión, aliento, interés por los demás, preocupación por el pobre y sabiduría en el manejo del dinero, que cuando se acoplan al temor de Dios llevan gozo, éxito, honor y dignidad.

¿Cuál es el resultado del trabajo de una mujer que teme a Dios? Proverbios 31:27 al 31 nos dice que sus hijos, su marido y sus hechos ¡La alaban!.

En conclusión no debemos ver nuestro trabajo como un dios, ni como un disgusto. Al entender que Dios lo ha creado y que aporta beneficios a nuestra vida y a nuestro mundo, podemos vernos como lo que somos: COLABORADORAS DE DIOS QUE GLORIFICAN SU NOMBRE.

viernes, 1 de abril de 2011

NUESTRA ACTITUD FRENTE A LA BIBLIA por: Jose Zorrilla

¿Por qué algunos creyentes crecen y otros no?

La razón fundamental la encontramos en las actitudes que tenemos hacia la Palabra de Dios. Una actitud es la disposición de ánimo, iniciativa o decisión. Cuando en nuestra vida hay descuido en la lectura bíblica y escaso deseo en conocer al Señor y sus mandamientos, entonces podemos decir que el resultado inevitable es el estancamiento espiritual.

Se dice que nadie defiende lo que no ama, ni nadie desea lo que no aprecia y que nadie se apropia de la que no tiene interés. En el caso del creyente, la primera actitud es tener tal vocación que se demuestre en amor, aprecio e interés por las Sagradas Escrituras.

Podemos enumerar además cinco muy importantes pasos para tener en cuenta cuando estamos frente a la Palabra de Dios:

OÍR: Es prestar atención a Dios, poner el sentido en lo que el Señor me dice a mí. Él decía: "el que tiene oído, oiga lo que el espíritu dice a la Iglesia". (Ap. 2:7, 11, 17)

LEER: La lectura es un hábito que debemos fomentar en nuestra vida y la de toda la familia. Apaguemos el televisor y abramos más la Biblia, poniendo el sentido en la Escritura, con oración, devoción y reverencia.

MEDITAR: Es volver a pensar en lo leído, repasar los conceptos, encontrar el sentido del pasaje, (es atesorar en el corazón). La meditación es al corazón lo que la digestión al cuerpo; es ingerir la Palabra de Dios y hacerla parte de nuestro ser interior.

MEMORIZAR: Al aprender de memoria la Biblia estamos haciendo un ejercicio de doble bendición. Por una parte apropiamos y guardamos en nuestra mente aquello es perfecto, fiel, recto, puro, verdadero, justo y valioso (Salmo 19:7-11), además desarrollamos una capacidad que Dios nos ha dado y que nos ayuda en todos los ordenes de la vida. Estudiar un versículo por semana nos llevaría a aprender 52 textos por año ¿lo pensó?.

ESCUDRIÑAR O ESTUDIAR: Debemos estudiar La Palabra de Dios para poder enseñarla, pero además debemos conocer más al Señor, y sólo es posible por la Biblia. Jesucristo es el personaje y el tema central de las Escrituras. Conocerle y obedecerle es toda una fascinante aventura y un desafío de amor.