jueves, 10 de febrero de 2011

“DALE, HABLEMOS… 424-8631, 438-4452, 471-9084” por :Silvana Celebroni de Ferace

Una vez descartada toda causa orgánica, las indicaciones para esta mamá, que consultaba por su pequeña hija que no hablaba, fueron que estimulara su lenguaje, hablándole, narrándole cuentos, leyéndole, etc., etc., etc., …

A la consulta siguiente, y frente a la pregunta del terapeuta, la madre aclara: “Usted me dijo que le leyera mucho, así que me senté a su lado, tomé la guía telefónica y comencé a leérsela…”

Este asombroso relato, que puede desatar algunas sonrisitas o, por el contrario, miradas de perplejidad (y que, lamentablemente, manifiesta un profundo conflicto en esta relación madre-hija), nos lleva a la reflexión de las variadas dificultades que se nos presentan en casa, con respecto a la comunicación.

El mensaje…

¿Cuál es el contenido de nuestras charlas?

• ¿Se restringe a un área exclusiva?. ¡Cuántas veces los miembros de una familia pueden hablar largas horas sobre un tema en particular (los deportes, la situación económica, por ejemplo), pero al derivar la plática hacia otro punto, se agotan las palabras!.
• ¿Sólo gira en torno a reclamos, exigencias o reproches? “Dame…”, “¿no hiciste tal cosa…?”, “quiero…”, “más vale que lo termines…”, “callate…”!!
• ¿Lo hay?. Sentados en la mesa, el único sonido existente es el de los cubiertos en contacto con los platos… silencio ensordecedor… ¿Falta de comunicación? Todo lo contrario, transmitimos demasiado: individualismo, ausencia de temas para compartir, y más.

Nehemías descubrió que, en Jerusalén, la mitad de los niños no hablaban el idioma de su país, sino el de sus respectivas madres extranjeras, mujeres de Asdod, de Amón y de Moab (Nehemías 13:24). ¿No nos estará pasando que el vocabulario mundanal y los temas triviales y despojados de profundidad espiritual son los que abundan en casa?. Deberíamos pasar más tiempo comentando la Palabra recibida en nuestros cultos (devocionales o congregacionales), edificarnos al compartir las bendiciones derramadas durante el día, recordarnos mandamientos bíblicos (Deuteronomio 6:7) y alentarnos con promesas en Cristo, en estos tiempos faltos de esperanza, con salmos, himnos y cánticos espirituales. Si la Palabra de Cristo mora en abundancia en nuestros corazones (Colosenses 3:16), será una consecuencia espontánea que nuestros labios la pronuncien (Salmos 119:172).


…plata escogida, medicina, árbol de vida… o…

• ataques verbales, críticas, sermones, enjuiciamientos, acusaciones
• bromas sarcásticas con respecto a áreas débiles de nuestros seres cercanos
• suposiciones de que deberían saberlo (o “leer nuestra mente”)
• uso excesivo de palabras generalizadoras y poco claras (“eso”, “esto”, “aquello”, etc.)
• secretos personales ocultados voluntaria y malintencionadamente, que perjudican indirectamente nuestras relaciones

Nuestro hogar que debería ser “el sitio mas dulce bajo el cielo”, el refugio en donde nuestra familia encuentre paz, contención, sostén, admiración, valoración y amor; termina siendo una hoguera encendida por nuestras palabras hirientes y dañinas (Santiago 3:5-6).

¿Qué nos dice el fascinante manual bíblico familiar al respecto?. A los esposos, “no seáis ásperos” (Colosenses 3:19); a las mujeres, “honestas, no calumniadoras” (1era. Timoteo 3:11), porque “mejor es vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa y en casa espaciosa” (Proverbios 21:9); a los padres, “no provoquéis a ira a vuestros hijos” (Efesios 6:4) y a los hijos, “Al que maldice a su padre o a su madre, se le apagará su lámpara…” (Proverbios 20:20).

Si notamos actitudes o conductas en nuestros seres queridos que no son convenientes, sepamos transmitir la verdad con amor (Efesios 4:15). La excesiva franqueza (“Yo no tengo pelos en la lengua”), casi siempre, termina siendo muy perjudicial; pero, “¡Cuán eficaces son las palabras rectas!” (Job 6:25). Si disentimos en algún punto, manifestemos con cariño y prudencia las ideas contrarias y escuchemos los conceptos opuestos con apertura (Colosenses 4:6). Nunca critiquemos (tampoco adulemos), sino elogiemos. Las expresiones de apreciación y gratitud motivan poderosamente el deseo de seguir colaborando en aquello que agrada al ser amado. Sepamos pedir perdón, con humildad, cuando hemos ofendido de palabra o de hecho. Y expresemos verbalmente los sentimientos de amor hacia ellos.


Alguien me presta un audífono, por favor…

Sí, existen ocasiones, cuando nuestra actitud como oyentes deja mucho que desear:

• cuando ignoramos, rechazamos o degradamos las opiniones, consejos, creencias del otro
• cuando no cedemos nuestro tiempo de escucha, haciendo otra cosa, mirando televisión (un interlocutor más en nuestra familia) o leyendo un diario, mientras nuestro ser querido está tratando de hablarnos
• cuando pretendemos adivinar lo que nos están diciendo, sostenemos una escucha apresurada y desatenta y arribamos a interpretaciones superficiales, que nada tienen que ver con el verdadero significado que está detrás de lo que se está diciendo
• cuando analizamos la situación desde nuestra propia experiencia: “…yo me sentí igual…”, “…a mí me pasa lo mismo…” IMPOSIBLE!!
• cuando refutamos con impaciencia antes que el otro termine de hablar
• cuando estamos más preocupadas en que se nos escuche que en escuchar

Saber escuchar es una muestra de amor, de respeto. Pidámosle al Señor la sabiduría necesaria para estar atentas a las necesidades comunicativas de nuestra familia, la paciencia para escuchar en silencio (Santiago 1:19) y esa sensibilidad especial que nos permita comprender lo que nos dicen y aquello que “no nos dicen”.

Seguramente, podremos objetar que existen innumerables ocasiones, en las cuales estamos dispuestas a escuchar, pero del otro lado sólo encontramos silencios.

En primer lugar, no debemos perder de vista dos cuestiones. Por un lado, tengamos presente que algunas personas utilizan más palabras que otras; esto tiene que ver con diferencias sexuales (las mujeres hablamos el doble que los hombres) y de temperamento. Pero por el otro, tenemos que percibir que los silencios pueden tener diversas significaciones (“ella piensa que él está callado porque está enojado; cuando, simplemente, está descansando”).

Ahora, lo triste es cuando nosotras mismas somos las generadoras de esos silencios.

Henry Brandt menciona tres armas de defensa que nosotras podemos llegar a construir para proteger nuestro narcisismo. Una, es la explosión de ira… ¡imaginemos el temor a expresarse que se puede llegar a apoderar de nuestra familia si cada vez que nos hablan de tal o cual asunto, discutimos y generamos un conflicto!. Pero, también podemos usar, perversamente, las lágrimas (que, por supuesto, son muy saludables) para mantener al resguardo nuestro ego; obviamente, alguien que nos ama se abstendrá de hablar para no hacernos llorar. Y por último, el silencio… impedimos la libertad de expresión, inhibimos la manifestación de pensamientos, sentimientos y acciones, cuando somos nosotras las que nos encerramos en el caparazón del silencio.

¡Que el señor nos ayude a mantener abiertas las vías para la sana comunicación!

¡Qué comprendida se habrá sentido la mujer samaritana por Nuestro Amado Señor (Juan 4:1-42)!. En primer lugar, Él le posibilita el espacio para que puedan conversar, Él abre el canal para iniciar el diálogo. Pero no sólo eso, sino que la valora como persona y también valora su discurso. Y a pesar del cansancio y del calor, entrega su tiempo y su oído para contener a esta mujer que necesitaba ser escuchada y aconsejada dulcemente.


“Lo que haces habla tan fuerte que no me deja escuchar lo que dices.”

La actitud corporal, las posturas, los gestos, las expresiones faciales, deben ir acordes con el habla. El “decir” y el “hacer” son inseparables.

Nuestro Sabio Señor, mientras expresaba verbalmente: “Quiero; sé limpio.”, extendía su mano y tocaba al leproso (Mateo 8:1-4).

Así también, sus palabras en Marcos 9:36, habrían generado diferente efecto, de no ser por su actitud corporal acompañando positivamente lo dicho.

James Baldwin escribió: “Los hijos nunca han sido muy propensos a escuchar a las personas mayores; pero nunca han dejado de imitarlas”.

El apóstol Juan, en su primera epístola, nos recuerda “…no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.” (1era. Juan 3:18).


…la casa se llenó del olor del perfume…

Procuremos durante este mes de la familia y, según el rol que nos toque asumir dentro de esta sagrada institución, comenzar a promover la buena comunicación.

Podremos relacionarnos mejor con nuestra familia si fortalecemos nuestra comunión con nuestro Padre; expresándole sin prejuicios, todo lo que hay en nuestro interior y sentándonos a sus pies para escuchar Sus Palabras (Lucas 10:39).

Si la Presencia Divina es una realidad en casa (2da. Corintios 6:16b)… el lenguaje celestial, como grato perfume, se extenderá por todos los rincones de nuestro hogar…