sábado, 23 de abril de 2011

¿Quién entregó a Jesús a la muerte de Cruz?

Para contestar esta pregunta, podemos considerar a tres individuos: Pilato, Caifás y Judas; a ellos se les atribuye la principal culpabilidad por la crucifixión de Jesús. Recordamos que Jesús había predicho que sería "entregado en manos de hombres" o "entregado para ser crucificado", y los evangelistas relatan la historia de manera tal que se vea que su predicción se cumplió. Primero, Judas lo “entregó” a los
sacerdotes (por codicia), luego, los sacerdotes lo “entregaron” a Pilato (por envidia), a su vez Pilato lo “entregó” a los soldados (por cobardía), y ellos finalmente lo crucificaron.
Nuestra reacción instintiva ante esta perversidad acumulada consiste en hacer eco a la sorprendida pregunta de Pilato, cuando la multitud clamaba pidiendo su sangre: "Pues ¿qué mal ha hecho?" (Mateo 27:23). Pero Pilato no recibió ninguna respuesta coherente. El gentío histérico no hizo sino gritar con tanta mayor fuerza: "¡Sea crucificado!"
Generalmente buscamos excusas para ellos, porque nos vemos a nosotros mismos en ellos y nos agradaría poder excusarnos. Por cierto que había ciertas circunstancias mitigadoras. Por ejemplo, Jesús mismo expresó al orar pidiendo perdón para los soldados que lo estaban crucificando: "no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). De modo semejante, Pedro le dijo a una multitud judía en Jerusalén, "sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes" (Hechos 3:17). Pablo agregó que, si "los príncipes de este siglo" hubiesen entendido, "nunca habrían crucificado al Señor de gloria". (1ª Corintios 2:6-8)
Con todo, sabían lo suficiente como para ser culpables, para reconocer su culpa y para ser condenados por sus acciones. ¿Acaso no hacían alarde de plena responsabilidad cuando exclamaron: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos"? (Mateo 27:25)
Pedro habló claramente el día de Pentecostés: "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo." Sus oyentes, sin negar de su culpa, "se compungieron de corazón" y preguntaron cómo podían hacer reparación (Hechos 2:36-37).
Más tarde Pablo usó un lenguaje similar al escribir a los tesalonicenses acerca de la oposición de los judíos al evangelio: "Mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron” (1ªTesalonicenses 2:14-16). El juicio de Dios caería sobre ellos porque estaban tratando de impedir que los gentiles recibiesen la salvación.
Ahora bien, nosotros mismos también somos culpables. Si nosotros hubiésemos estado en el lugar de ellos, hubiéramos hecho lo que hicieron ellos. Más aun, lo hemos hecho. Porque toda vez que nos alejamos de Cristo, lo estamos "crucificando de nuevo... al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio" (Hebreos 6:6). Nosotros también “entregamos” a Jesús a causa de nuestra codicia igual que Judas, a causa de nuestra envidia igual que los sacerdotes, a causa de nuestra ambición igual que Pilato.
"¿Estabas tú allí cuando crucificaron a mi Señor?" pregunta un antiguo negro espiritual. Y tenemos que contestar: “Sí, nosotros estuvimos allí”. No como espectadores solamente sino como participantes, como participantes culpables, complotando con los demás, tramando, traicionando, regateando, y entregándolopara ser crucificado. Podemos intentar lavarnos las manos de la responsabilidad como hizo Pilato. Pero nuestro intento resultará tan inútil como lo fue el de él. Porque tenemos ensangrentadas las manos. Sólo la persona que está dispuesta a reconocer su parte en la culpa de la cruz, puede ser partícipe de la gracia que ella proporciona.
La respuesta que hasta ahora hemos dado a la pregunta sobre el por qué de la muerte de Cristo, ha procurado reflejar la forma en que los escritores de los Evangelios hacen sus relatos. Ellos señalan la cadena de responsabilidad: de Judas a los sacerdotes, de los sacerdotes a Pilato, de Pilato a los soldados.
Al menos insinúan el hecho de que la codicia, la envidia y el temor que promovieron su comportamiento también promueve el nuestro.
Con todo, allí no acaba el relato que hacen los evangelistas, si bien Jesús enfrentó la muerte debido a los pecados de la humanidad, no murió como mártir. Por el contrario, fue a la cruz voluntariamente, incluso deliberadamente.
Desde el comienzo de su ministerio público se consagró a este destino. En su bautismo se identificó con los pecadores, como haría luego plenamente en la cruz. Cuando fue tentado rechazó la posibilidad de desviarse del camino de la cruz.
Repetidamente predijo su pasión y su muerte, y resueltamente orientó sus pasos hacia Jerusalén con el propósito de morir allí. Constantemente expresaba “me es necesario” en relación con su muerte. Pero no se trataba de alguna compulsión externa, sino su
propia decisión interna de cumplir lo que se había escrito acerca de él. "El buen pastor su vida da por las ovejas” decía. Y hablando en forma directa: "Pongo mi vida... Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo" (Juan 10:11, 17-18).
Por lo demás, cuando los apóstoles se ocuparon en sus cartas del carácter voluntario de la muerte de Jesús, varias veces usaron el mismo verbo que usaron los evangelistas
para referirse al hecho de que fue “entregado” a muerte por otros. Así, Pablo pudo escribir que" [el Hijo de Dios]... me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Es posible que haya sido eco consciente de Isaías 53:12, que dice que "derramó su vida hasta la muerte". Pablo se valió del mismo verbo para referirse a la entrega del Padre que estaba por detrás de la entrega voluntaria que de sí mismo
hizo el Hijo: "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" (Romanos 8:32)
Es esencial que mantengamos unidas estas dos formas complementarias de ver la cruz. En el nivel humano, Judas lo entregó a los sacerdotes, quienes lo entregaron a Pilato, quien a su vez lo entregó a los soldados, quienes lo crucificaron. Pero en el nivel divino, fue el Padre quien lo entregó, y Jesús se entregó a sí mismo para morir por nosotros.
Al contemplar la cruz, entonces, podemos decirnos a nosotros mismos: “Yo lo hice, mis pecados lo llevaron a la cruz” y a la vez: "Lo hizo él, su amor lo llevó allí". El apóstol Pedro unió ambos conceptos en su notable declaración en el día de Pentecostés, cuando dijo que "a este, entregado [a vosotros] por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios" es aquel al cual "[vosotros] prendisteis y
matasteis por manos de inicuos, crucificándole” Así, Pedro atribuyó la muerte de Jesús simultáneamente al plan amoroso de Dios y a la maldad de los hombres.
(Hechos 2:23)Antes de que podamos ver la cruz como algo que fue hecho para nosotros
(conduciéndonos hacia la fe y la adoración), tenemos que verla como algo hecho por
nosotros (para llevarnos al arrepentimiento).
(Adaptado del libro “La Cruz de Cristo” John R.W. Sttot)